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Carta a Mis Amigas Católicas

Capítulo 1

Nací en Cuba, y porque era Cubana, era Católica. Me preparé para tomar la primera comunión per no la llegué a tomar. Algunas veces iba a la iglesia para complacer a mis amiguitas. Aunque se suponía que Dios hacía acto de presencia allí, nunca sentí su presencia. En aquellos tiempos todo era en latín, de manera que no entendía ni papa de lo que decían. Sabía que tenía que pararme, sentarme o arrodillarme porque todos lo hacía, pero no cogía el sentido de las cosas. De mí nunca salía el querer ir a la iglesia, pues encontraba aburrido lo que pasaba allí.

Una vez, una tía mía me llevó a la iglesia porque se había peleado con el novio. Me sentó en un banco ye se fué a encender una vela a un santo que tenía un altar. Yo mire a todo alrededor, ví todos los altares chicos en las paredes a ambos lados, y el altar grande al fondo. En ese altar estaba Jesucristo en la cruz. Ese era el altar mayor y tenía lugar preferencial. Se me ocurrió que mi tía a lo major estaba perdiendo el tiempo encendiendo velas a los lados, y que debía hablar con el que parecía ser el más importante de todos. Cuando vino a recogerme, se lo hice saber. No me hizo caso.

Tenía unas vecinas que iban a la iglesia todos los diás temprano, armadas de rosarios y velos. Una madre y sus tres hijas crecidas. En la casa, se pasaban el día peleando. Yo comparaba con mi casa, donde no se peleaba y rara vez se iba a la iglesia. Yo me preguntaba: ¿Qué era lo bueno que les hacía la iglesia a ellas? Concluí que tenían que ir tanto a la iglesia por lo mucho que peleaban.

Un día vino una verbena (feria) al pueblo. Tenían caballitos y estrella (rueda), y yo estaba entusiasmada por subirme a la estrella. Esta tía mía decidió llevarme a la verbena, junto con una de las vecinas. Mi tía me había advertido que no me montara en la estrella, y si lo hacía, me castigaría. Yo era una niña obediente y le dije que no lo haría.

Llegamos a la verbena. Mi tía vió a su novio y me dejó con la vecina par air a hablar con él. La vecina parece que tenía su propio interés, pues me dijo, “¿Por qué no te montas en la estrella?” Yo le respondí que mi tía no me dejaba. Ella contestó, “Si, tu tía me dijo que si querías, te podías montar.”

Del dicho al hecho hay poco trecho y me fui muy contenta para la estrella. Comenzaron las vueltas y en un momento que se paró, me dejaron en lo último de arriba. Yo gozaba contemplando el panorama cuando me dí cuenta que mi tía estaba allá abajo, junto a la vecina, y me estaba agitando su puño.

Cuando al fin pude desmontar, mi tía, muy enojada conmigo, me dijo, “¿No te dije que no te montaras en la estrella?” Le contesté, “Pero si Juana aquí me dijo….” Juana, interrumpiendo, comenzó a decir que ella jamás me había dicho semejante cosa. La miré a la cara y le dije, “Si tu dijieste esto y esto,” repitiendo lo que ella me había dicho. Juana lo negó todo y dijo que yo era un a mentirosa.

Algo se levantó dentro de mi, y le dije, “¡Ahora sé por qué tienes que ir a la iglesia todos los días! ¡Es porque pecas todos los días, y tienes que confesarte todos los días!”

Me sorprendi al ver que mi tía estaba tratando de esconder una sonrisa. Cuando llegamos a la casa, no hubo castigo. Per pensé que si Juana iba a esa iglesia, yo major me mantenía alejada de la iglesia.

Así que no iba a la iglesia, pero si alguien me preguntaba, yo decía que era Católica.

Más tarde, viviendo en los Estados Unidos, cuando un amigo se aproximaba y me invitaba a su iglesia, yo le decía que no podía, porque you era Católica.

Cuando alguien quería hablarme de Jesús, y trataba de que yo orara para recibirlo en mi corazón, yo le decía que no podía, porque era ¡CATOLICA! Los paraba en seco. Pensaba que eran muy atrevidos al tratar de hacerme ver cualquier cosa espirutal, pues yo era Católica.

Per nunca iba a la iglesia.

Capítulo 2

Con el tiempo, comencé a interesarme en cosas sobrenaturales. Tenía mucha curiosidad por saber de donde venían los platillos voladores y qué era lo que querían. Compré todos los libros que habían sobre ese tema en aquel entonces, y los leí. También me interesé en otras cosas: el poder de las pirámides, poltergeismo, apariciones, etc. Leí libros de poltergeismo, con casos de diferentes familias en cuyas casas se movían los objetos por sí solos, o aparecian y desaparecían cosas. Todas estas cosas las estudiaba tratando de encontrar una razón. Estaba maravillada de las cosas que pasaban, a las cuales los cientificos trataban de dar una explicación que no era convincente. Yo me preguntaba si había un mundo que no se veía pero que estaba aqui con nosotros. San Juan Bautista dijo:

“Vuélvanse a Dios, porque el Reino de Dios está cerca.” (Mateo 3:2)

Finales de Mayo, 1977, mi esposo me dijo que nuestra hija iría de campamento este verano. Los dos veranos anteriores yo me había negado por completo a que mi hija se fuera de campamento. “Es muy niña todavia,” le decía a mi esposo. Como madre cubana super protectora, me imaginaba que cualquier cosa horrible le pudiera pasar a mi hija si estaba fuera de mi vista. Esta vez me esposo ganó. Mi hija iria de campamento.

Me hice la idea y comencé a prepararme. Llevé a mi hija a la tienda JC Penney y comencé a enseñarla a comprar por si sola. “Mi niña está creciendo,” me decía. “Tengo que cortar el cordón umbilical.”

Escogió sus cosas, y le dí el dinero para que pagara ella solita. Le dije, “Ponte en línea para esa cajera y no dejes que nadie te quite el puesto. Después, cuenta el cambio muy bien. Yo voy a esperarte aqui.”

“Aqui” era a unos quince o veinte piés de la cajera. Me quede allí mirando a mi hija, y pensando que ya se estaba hacienda una mujer. Asi, en silencio y cavilando, oí una voz que me dijo, “¡Compra ese libro!” Miré a mi derecha, de donde la voz había venido. No había nadie.

Miré a mi izquierda, y mis ojos cayeron en una foto de Charles Colson que adornaba la carátula de un libro, Nacido de Nuevo. Su rostro me trajo a la mente el escándalo de Watergate, durante la presidencia de Richard Nixon. Por este escándalo el señor Nixon tuvo que renunciar a la presidencia. Watergate me había disgustado mucho, pues me recordó el mundo político de Cuba. Pensé que esta gran nación caeria en lo mismo. Esta idea me enfermaba, y rehusé leer los periódicos o ver noticias en televisión hasta que Watergate pasó.

Las caras de Nixon, Colson, Mitchell, etc. no las quería ver más.

Jesús le dijo, “Te aseguro que el que no nace de nuevo, no puede ver el reino de Dios.” Nicodemo le pregunto, “¿Y como puede uno nacer cuando ya es viejo? Acaso podrá entrar otra vez dentro de su madre, para volver a nacer?” Jesús le contestó, “Te aseguro que el que no nace de agua y del Espíritu, no podrá entrar en el reino de Dios. Lo que nace de padres humanos, es humano, lo que nace del Espíritu, es espíritu. No te extrañes que te diga, Todos tienen que nacer de nuevo.” (San Juan 3:3-7)

Y ahora Colson me miraba sonriente desde la portada de ese libro.

“De ninguna manera. Si ese hombre coge un centavo mío por la venta de este libro, no lo compro,” me encontré contestando mentalmente a esa voz invisible. Pero la voz invisible me repondió, con gran authoridad, “¡¡COMPRA ESE LIBRO!!”

Algo pasó dentro de mí. Algo raro, como si mi yo profundo se hubiera dividido en dos. Un yo resistía comprar el libro, el otro yo estaba desesperado por comprarlo. Este yo fué más fuerte, pues asió el libro de arrebato, y se dirigió a otra cajera para comprarlo. El primer yo, asombrado, miraba mis piés deslizarse en la alfombra en dirección a la cajera. Ese yo decía, “Pero si yo no queiro comprar este libro. “¡Ese hombre lo ha escrito, no lo quiero!” Pero el otro yo llegó a la caja y preguntó desesperado, “¿Cuánto es éste libro?” El primer yo se avergonzó de la desesperación de mi voz y de la sorpresa de la cajera. Pague por el libro apresuradamente y me fuí a buscar a mi hija.

San Pablo dijo:

Porque los malos deseos están en contra del Espíritu, y el Espíritu en contra de los malos deseos. El uno está en contra de los otros, y pore so ustedes no pueden hacer lo que quisieran. Pero si el Espíritu los guía, entonces ya no estarán sometidos a la ley. (Gálatas 5:17)

En mi interior, me gusta la ley de Dios, pero veo en mí algo que se opone a mi capacidad de razonar: es la ley del pecado, que está en mí y que me tiene preso. ¡Desdichado de mi! ¿Quien me llibrará del poder de la muerte que está en mi cuerpo? Solamente Dios, a quien doy gracias por medio de nuestro Señor Jesucristo. Romanos (7:22-25)

Comencé a leer el libro. No podía parar de leerlo. Daba muchos detalles de lo que pasó cuando Watergate, cosas que la prensa no publicó.

Colson cuenta del orgullo que él tenía por los avances tan tremendous que el había hecho en su carrera. Había llegado a ser consejero del presidente de la nación, y eso la hacía sentirse muy importante. Después cuenta como de pronto comenzó a caer y como se encontró en el lodo, humillado, con una sentencia de cárcel sobre su cabeza

Un amigo le cuenta acerca de Jesús, de lo que realmente El hizo en la cruz. Eso lo leí con interés, pues nunca había oído ni leído del sacrificio final que Dios quiso para redimir la raza humana: su propio hijo, sin pecado ni mancha, su sangre pura y santa vertida en la tierra por nosotros, para arrebatarnos de las manos de la serpiente, el Diablo, en las cuales habíamos caído desde que Adán y Eva pecaron.

San Pablo dijo

Pues las escrituras dicen: ¡No hay quien haga lo bueno! ¡No hay siquiera uno! Pues todos han pecado y están lejos de la presencia salvadora de Dios. Asi pues, por medio de un solo hombre enró el pecado en el mundo y trajo consigo la muerte (espiritual) y la muerte (espiritual) pasó a todos porque todos pecaron. Pero Dios prueba que nos ama, en que, cuando todavía eramos pecadores Cristo murio por nosotros. El pago que da el pecado es la muerte (espiritual), pero el don de Dios es vida eternal en unión con Cristo Jesús nuestro Señor. Porque esto es lo que dice: “Todos los que invoquen el nombre del Señor, alcanzarán la salvación.” Si con tu boca reconoces a Jesús como Señor, y con tu corazón crees que Dios lo resucitó, alcanzarás la salvación. (Romans 3:10, 23; 5:12, 8; 6:23; 10:13, 9, 10)

Más tarde en el libro, cuando Colson, desesperado se da cuenta que el único que podía ayudarlo era Jesús, decide aceptarlo, y ora: “Señor Jesús, yo te creo. Yo te acepto. Por favor, entra en mi vida. Yo te la ofrezco.”

Una oración tan sencilla que revolucionó su vida. Cuando yo leí esa oración, le dije a Dios, “Dios, you voy a orar esa misma oración para mi.” Oré esa oración sencilla y mi vida se revolucionó también.

Yo no la sabía, pero había entrado por la puerta al Reino de Dios. No lo sabia todavía, pero todas las preguntas que yo me hacía acerca de las cosas sobrenaturales serían contestadas.

Jesús volvió a decirles: “Esto les aseguro: yo soy la puerta por donde pasan las ovejas. (San Juan 10:7)

Yo soy la puerta, el que por mí entra, sera salvo. (San Juan 10:9)

Mi primer cambio fué tener unas ansias enormes de leer la Biblia. Habíamos comprado una Biblia pequeña para mi hija, cuando comenzó a ir a la escuela Episcopal, y esa Biblia había sido rechazada porque no era la versión de King James. Yo sabía que esa Biblia estaba en algún lugar de la casa y movilizé a la familia para encontrarla.

Comenzé a leer la Biblia con avidez, y sentía que era una carta personal de Dios para mí.

San Pablo dijo:

“Por lo tanto, el que está unido a Cristo, es una nueva persona. Las cosas Viejas pasaron, lo que ahora hay, es nuevo.” (2 Corintios 5:7)

El segundo cambio fué inmediato. Hasta entonces, únicamente arrastrándome me hubieran podido llevar a una iglesia. Ahora, sentía ansias de ir a la iglesia. Pero no sabía a qué iglesia ir. Yo conocía las misas Católicas y también los servicios Episcopales, y los encontraba aburridos. Sabía por unos amingos que a los bautistas no se les dejaba tomar. No conocía más denominaciones que esas, así que le dije a Dios, “Dios, tú sabes que me aburre la iglesia Católica y también la Episcopal, y no quiero ir a la Bautista porque no me dejarán tomar. ¡Tú me dices a qué iglesia ir!”

En aquel tiempo yo tenía mi propia oficina de diseño de interiores comercial. Hacia trabajos bastante grandes, como edificios del gobierno, hoteles, edificios de universidades, bancos, etc. Mi oficina hacía el planeamiento de los espacios, escogía todos los materiales interiores del edificio, esogia todos los muebles y equipos y los terminados de los mismos, y todo el arte y las plantas de interiores. Había estado trabajando de Arquitecta con tres oficinas de Arquitectura en Houston, y cuando comenzé mi propia oficina de interiors, esos Arquitectos me contrataban para que les hiciera los interiors de sus obras.

Como presidente de mi corporación, yo quería proyectar una imagen muy profesional. A los dos días de haberle pedido a Dios que me dijera a qué iglesia ir, salí a lonchar con una vice-presidenta del banco que yo usaba. Ella era mi contacto con el banco, y era una señora encantadora, pero muy profesional.

En medio del lunch sentí unas ganas inmensas de confiarle la ansiedad que yo tenía de ir a la iglesia. Me reprimí, pues pensaba que no era apropiado confiarle esas intimidades con ella. ¿Qué iría a pensar de mí la vice-presidenta de mi banco?

Pero no pude contenerme más, pues era Dios quein trabajaba en mí. Le confié, y encontré que ella tenía su propia confidencia que hacer.

Me dijo, “¡No me digas nada, que mi hija está yendo a una iglesia muy extraña y estoy muy preocupada!”

Le pregunte, “¿Por que es extraña?” Me respondió, “Porque hablan en lenguas y no sé cuántas cosas pasan allí.”

En ese momento, sentí como unas campanitas que sonaban dentro de mí. Me dí cuenta que era la respuesta de Dios y le pregunté a mi amiga el nombre de la iglesia. Lo apunté en una servilleta de papel.

Fui a ver la iglesia por fuera, para ver si me gustaba. Cuando llegué, ví que era un edificio moderno, de un diseño muy atractivo. No era una iglesia tradicional rococo. Por mis estudios de Arquitectura, ese era mi gusto en materia de diseño arquitectónico. Pensé que Dios, sabiendo lo que me gustaba, había escogido es iglesia para mí. Era una Asemblea de Dios, no denominacional.

En mis primeras visitas a los servicios de la iglesia, yo lloraba y lloraba. Las lágrimas fluían por el arrepentimiento de haber estado apartada de Dios tantos años.

Capítulo 3

Pronto quise tener el bautismo del Espíritu Santo y hablar en lenguas.

Dios, hablando por el profeta Joel dijo:

Después de estas cosas, derramaré mi Espíritu sobre toda la humanidad. Los hijos e hijas de ustedes hablarán de mi parte. Los viejos tendrán sueños y los jóvenes visiones. También sobre siervos y siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días. (Joel 2:28)

Jesús dijo:

Y yo enviaré sobre ustedes lo que mi Padre prometió. (Lucas 24:49)

Pero cuando venga el Defensor, el Espíritu de la verdad, que yo voy a enviar de parte del Padre, él será mi testigo. (San Juan 15:26)

Pero les digo la verdad, es mejor para ustedes que yo me vaya. Porque si no me voy, el Defensor no vendrá para estar con ustedes; pero si yo me voy, yo se los enviaré. (San Juan 16:7)

Esperen a que se cumpla la promesa que mi Padre les hizo, de la cual yo les hablé. Es cierto que Juan bautizó con agua, pero dentro de pocos días ustedes serán bautizados con el Espíritu Santo. (Los Hechos 1:4, 5)

San Pedro dijo:

Vuelvanse a Dios y bautícese cada uno en nombre de Jesucristo, para que Dios les persone sus pecados, y asi El les dará el Espirtu Santo. Esta promesa es para ustedes y para sus hijos, y también para todos los que están lejos; es decir, para todos aquellos a quienes el Señor nuestro Dios quiera llamar. (Los Hechos 2:38, 39)

Con ese propósito, un Domingo por la tarde llamé a la oficina de la iglesia para informarme do cómo podía recibir el bautismo del Espíritu Santo. La secretaria me preguntó si era Cristiana, y le dije que sí. Me dijo, “Ven pronto, pues hoy van a bautizar, y tenemos una reunión en unos venite minutos para los que se bautizan.”

Llegué, y la secretaria me dijo que fuera con el pastor asistente a donde él iba, pues él era encargado de la reunión. Entré al salón de conferencias, y cuando ví a todos, me dí cuenta que tenían unas bolsitas y unas toallas. Comenzé a preocuparme. El pastor asistente anunció que el bautizo que se llevaría a cabo era un mandamiento de Dios, y pidió a cada uno que dijera su nombre y por qué quería bautizarse.

Me di cuenta que era bautizo por inmersión en agua lo que se iba a hacer. Cuando llegó mi turno, le dije al pastor que había habido una equivocación, pues yo estaba bautizada desde bebé. El pastor comenzó a hablarme, pero no le oí, pues oí la voz de Dios diciendo, “¡Eso es lo que queiro que tú hagas!” Muy asustada, le dije al pastor, “¡Si, si, si! Me bautizaré!” para el asombro del pastor.

Me tuvieron que proporcionar toallas y camisones blancos para el bautizo. Qué vergüenza! No había venido preparada, y no hubiera buscado este bautizo, pues yo pensaba que ya estaba bautizada. Como no vine preparada, tuve que quitarme toda la ropa interior. Me puse dos camisones blancos de tela muy gorda, que la secretaria me aseguro que con ellos “no se vería nada”.

Me bautizé frente a la congregación, y del agua subí unas escaleras que llegaban hasta el vestidor de las mujeres. Cuando llegué allí, algo me pasó. Creí que era un desmayo me tuve que sujetar de un mueble para no caerme. Me extraño, pues yo nunca me había desmayado. Yo no lo supe hasta después, pero en ese momento recibí el bautismo del Espíritu Santo.

Yo pensaba que todavia tenía que buscarlo. A los pocos días, fuí al frente de la iglesia después del servicio. Le pedí a un ministro la ministración del bautismo del Espíritu Santo. El ministro oró por mí muy rápido, pues había una fila de gente esperando detrás de mi. Como no comencé a hablar en lenguas, lo miré muy extrañada. El me dijo muy apurado, que me fuera para mi casa, que ya vendrían.

Frustrada, fui a la biblioteca de mi iglesia. Mi razonamiento era que si por un libro recibí mi salvación, por un libro recibiría m. Encontré un libro de un pastor Episcopal Carismatico, Dennis Bennett, titulado El Espíritu Santo y Tú. Cuando leí el libro, llegué a una parte que decía que si tú habias recibido el bautismo y todavía no tenías tus lenguas, todo lo que tenías que hacer era abrir la boca y comenzar.

Esto me emocionó, y sin terminar el libro corrí a mi lugar de oración (al lado de mi cama, en aquel entonces) con el libro. Le dije a Dios, “Mira, Dios, aquí dice que todo lo que tengo que hacer es abrir la boca y comenzar. ¡Aquí voy, Dios!” Abri la boca y un lenguaje extraño comenzó a fluír.

Me asusté, y corrí a sentarme a la mesa de la cocina. Pensé, “Estoy segura de que no pasa otra vez.” Lo intenté, y volví a orar en lenguas!

Este lenguaje me ha ayudado a orar como Dios quiere que yo ore, es el Espíritu Santo ayudándome a orar. Algunas veces, en mis devociones, después que oro en lenguas, el Espíritu Santo me da oraciones de interpretación, y entiendo lo que había estado orando. Son oraciones tan bonitas, que por mí misma nunca hubiera llegado a orar.

San Lucas escribió:

Desde el monte llamado de los Olivos, regresaron los apóstoles a Jerusalén. Un trecho corto, precisamente lo que la ley permitía caminar en el día de reposo. Cuando llegaron a la ciudad, subieron al piso alto de la casa donde estaban alojados. Eran Pedro, Juan, Santiago, Andrés, Felipe, Tomás, Bartolomé, Mateo, Santiago hijo de Alfeo, Simón el Celote, y Judas, el hijo de Santiago. Todos ellos se reunían siempre para orar con los hermanos de Jesús, con María su madre y con las otras mujeres. (Los Hechos 1:12-14)

Cuando llegó la fiesta de Pentecostés, todos los creyentes se encontraban reunidos en un mismo lugar. De repente, un gran ruido que venía del cielo, como de un viento fuerte, resonó en toda la casa donde ellos estaban. Y se les aparecieron lenguas como de fuego, repartidas sobre cada uno de ellos. Y todos quedaron llenos del Espiritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, segun el Espíritu hacía que hablaran. (Los Hechos 2:1-4 )

San Pablo dijo:

Aquel que habla en lenguas extrañas habla a Dios y no a la gente, pues nadie le entiende.

El que habla en una lengua extraña, crece espiritualmente él mismo.

Doy gracias a Dios porque hablo en lenguas más que todos ustedes. (1 Corintios 14:2, 4, 18)

Capítulo 4

Ahora llamaba a Dios “Señor”. El Señor comenzó a revelarme mucahs coasa y a hacer muchos milagros en mi vida.

Solamente relataré uno de los primeros. Ocurrio así. En el verano de 1977, mi esposo y yo fuimos a pasar unas vacaciones en la isla de Cozumel.

Estando allí, yo iba de compras al mercado. Habían nuchas tiendecitas que vendían joyería de plata. Yo veía los precios y comparaba con los precios de Houston, y me entusiasmaba comprando . Compré anillos, cadenas y diferentes cosas para colgar de las cadenas.

Una de las cosas que me impresionó era como un crucifijo, pero no era un crucifijo. Era un Cristo en la cruz, pero sin la cruz. En las manos, tenía argollas para pasar una cadena. A mi me gustó mucho, y la compré para mi. Las otras cosas se las daría a mis hijos, pensé.

En el viaje de regreso a casa, cómodamente sentada en el avión, saque todo lo que había estado poniendo en mi cartera, para darle un vistazo. Mi esposo lo vió y me preguntó qué era. Le dije, y me contestó que sería para mi hija y para mí nada más, pues no quería que nuestro hijo usara joyeria.

Cuando llegamos a la casa, después de desempaquetar, me senté a la mesa de la cocina y distribuí todo lo que había comprado sobre la mesa. Llamé a mi hija para que escogiera lo que quisiese. También puse al Cristo allí, pero le pedí al Señor que mi hija no lo escogiese. Le dije, “Señor, tu sabes que ese me gusta. Por favor no dejes que ella lo tome.”

En ese momento se aparece mi hijo en la cocina, para ver qué pasaba. “¿Y eso, qué es?” me preguntó. Le respondí, “Es algo que traje de Cozumel, pero tu padre no quiere que uses nada de esto.” Protestó, “¡Ay, mamá, aunque sea uno, déjame tener!” “Bueno,” le dije, “escoge uno nada más,” pensando, “Ya veré que le explico a mi esposo.” ¡Mi hijo rápidamente extendió su brazo y tomo al Cristo.

Un poco defraudada, le dije, “Está bien, pero no lo puedas usar para ir a la escuela, o al cine tampoco, o para ir a jugar.” “¿Pero a dónde lo puedo usar, pues?” me dijo mi hijo. “¡A la iglesia! A la iglesia nada mas! le dije. “No quiero que lo pierdas, pues has perdido muchas cosas.” “Está bien,” dijo el, y así quedamos.

Semanas después, el tiempo se había puesto lluvioso. Una de esas temporadas de Houston que día tras día es gris y llueve, y parece que más nunca va a terminar de llover. Entrando en el dormitorio de mi hijo, encuentro la cadena sobre su cómoda, pero sin el Cristo. Me asaltó una idea terrible: ¡Lo había perdido!

Cuando llegó de la escuela, me confesó que lo había perdido, y que su padre y él lo habían estado buscando mucho. “Estaba en el patio, jugando con el perro, y cuando vine a ver, ya no lo tenía,” me dijo. Me llevó al patio y me enseño donde lo había perdido, cerca de las raíces del árbol grande.

“Está bien,” le dije, “pero vas a tener que ayudarme a buscarlo, cuando termine de llover.” Estaba pensando divider el cêsped (pasto) en cuadraditos de un pié cuadrado con estaquitas y cordel. Después, levantaría el césped de raiz, si era necesario, en cada cuadrado, y no trabajaría en otro hasta estar segura de que el Cristo no estaba allí. Pensé cómo podría convencer a mi esposo de dejarme hacer eso en el césped. Le prometería que compraría césped nuevo y lo haría instalar, con mi propio dinero, aunque dudaba que él me dejaría hacerlo.

Siguió lloviendo, y un buen Domingo cuando llegué de la iglesia, vi que ya el sol salía. Busqué la bola de cordel que pensaba que tenía, la de los papalotes (cometas). No la encontré, y además comprobé que no tenía estaquitas.

“Muy bien,” le dije a mi hijo, “mañana compraré todo lo que hace falta, pero empezamos hoy de todas maneras a buscar al Cristo.” Fuimos a la parte que él me había mostrado, y escogimos dónde íbamos a buscar.

El césped estaba altísimo, por toda la lluvia y por que lloviendo, mi esposo no podía cortarlo. Con un rastrillito de mano, comenzé a escarbar. Salía mucho césped seco, de las cortaduras anteriores. Además había un perro por allí…Me dí cuenta que iba a ser cas imposible encontrar al Cristo. Le dije a Dios, casi con lágrimas en los ojos, “¡Ay, Señor, tú sabes que no hago esto por el dinero, tú sabes que esto no costó nada! ¡Es que no quiero que Cristo ande perdido por toda esta basura!

Oí una voz como un pensamiento que me dijo, “No te preocupes. No lo busques más. Yo te lo voy a dar.” Asombrada, sentada en el césped, me quedé como paralizada. ¿Cómo iba yo a prometerme a mi misma semejante cosa, a hablarme así a mí misma? Pense, “¡Ese es Dios! ¡Dios me contestó!” Otra voz entonces me habló, “¿Y qué te hace pensar a tí que Dios te habla?” Si, pensé, “¿Por qué Dios me hablaría a mí? Meditando, me dí cuenta que yo estaba segura de que el Cristo, de una manera u otra, aparecería. Así que le contesté a la segunda voz, “¿Y si no fué Dios el que me habló, entonces por qué estoy convencida de que va a aparecer?” Esa voz no me contestó. Me quedé sentada allí por un rato, rastrillo en mano, cavilando acerca de lo que había pasado.

Le dije a mi hijo que no lo buscara más, que Dios me lo daría. Al día siguiente, Lunes, cuando llegué del trabajo estuve tentada de seguir buscando en el césped. Pero me contuve, pensé, “El Señor dijo que no me preocupara, que no lo busacara.” El Martes, cuando llegué del trabajo, me senté a la mesa de la cocina para leer el correo que había llegado. Mi hijo entró en la cocina, y muy orondo, puso el Cristo en la mesa, frente a mí.

Le dije, “Tú no lo encontraste, tú sabes que Dios te lo dió.” El asintió con su cabeza. Llena de curiosidad, le pregunté, “¿Como lo hizo?” Me dijo, “Salí a jugar con el perro, tropecé, me caí, y ahí estaba frente a mí, arriba del césped.” Quise que me llevara par aver el lugar exacto donde lo vió. Era el mismo lugar en que su padre, él y yo habíamos buscado. Mi hijo no tropezaba tan facilmente. ¡Me imaginé un ángel poniéndole una zancadilla!

Aprendí que sí hay un mundo espiritual. Este mundo espirtual incluye nuestro planeta, el segundo cielo donde están los malos espíritus, y el tercer cielo donde está el trono de Dios, y sus ángeles. Aprendí que hay guerra entre Satanás y su ángeles y Dios y sus ángeles.

Satanás y sus ángeles tienen ayudantes humanos aquí en la Tierra. Estos son los practicantes del oculto: como brujos, espiritistas, mediums, magos de magia blanca o negra, curanderos, practicantes de vudú, santería o candomblé, hechiceros de todas clases, satanistas, vaticinadores, etc. Estos practicantes pueden hacer milagros, ayudados por las fuerzas del oculto, que son los ángeles de Satanás. Estos milagros muchas veces son imitaciones de los verdaderos milagros de Dios. Estos espíritus pueden “embrujar” casas, ayudar a las personas a conseguir lo que quieran, o ayudar a aquellos que buscan lo sobrenatural para hacer negocio con ello. Ten cuidado si te sientes fascinada con estas cosas. Puedes caer en una trampa de Satanás. ¡Busca lo sobrenatural de Dios!

Dios dijo:

No dejes con vida a ninguan hechicera. (Exodo 22:18)

No recurran a espíritus y adivinos. No se hagan impuros por consultarlos. Yo soy el Señor tu Dios. (Levítico 19:21)

Y si alguien recurre a espíritus y adivinos, y se corrompe por seguirlos, yo me pondré en contra de esa persona y la aliminare de entre su pueblo. (Levítico 20:6-7)

Que nadie de ustedes ofrezca en sacrificio a su hijo haciéndolo pasar por el fuego, ni practique la adivinación, ni pretenda predecir el futuró, ni se dedique a la hechicería, ni a los encantamientos, ni consulte a los adivinos ni a los que invocan a los espíritus, ni consulte a los muertos. Porque al Señor le repugna los que hacen estas cosas. (Deuteronomio 18:10-13)

Dios tiene a sus ayudantes también, aquí en la Tierra, y somos aquellos que seguimos las enseñanzas de Jesucristo, que leemos la Palabra de Dios, la creemos y la ponemos en acción.

Precisamente Jesús nos enseñó en su Palabra acerca del Reino de los Cielos (El Reino de Dios) y de como este Reino había llegado a la Tierra. Este Reino está aquí con nosotros, muy cerca de nosotros. Es invisible, pero así como el viento es invisible, pero se ven las consecuencias, así es el Reino de los Cielos.

Si viene un ciclón, aunque no veas el viento, por fe tú pones trancas en las puertas y ventanas. Esa misma fe la puedes usar para vivir en el Reino de los Cielos. El Reino de los Cielos traspasa lo material, realizando lo que se piensa imposible.

Por aquel tiempo se presentó Juan el Bautista en el desierto de Judea. En su proclamación decía: “¡Vuélvanse a Dios, porque el Reino de Dios esta cerca!” (San Juan 3:1-2)

Desde entonces, Jesús comenzo a proclamar: “¡Vuélvanse a Dios, porque el Reino de Dios está cerca!” (San Juan 4:17)

Jesus dijo:

Vayan y anuncien que el Reino de Dios se ha acercado. Sanen a los enfermos, resuciten a los muertos, limpien de su enfermedad a los leprosos y expulsen a los demonios. (San Mateo 10:7-8)

Decía: “Ha llegado el tiempo, y el Reino de Dios está cerca. Vuélvanse a Dios y acepten con fe sus buenas noticias.” (San Marcos 1:15)

Les aseguro que algunos de los que están aquí presentes no morirán hasta que vean el Reino de Dios llegar con poder. (San Marcos 9:1)

Porque si yo expulso a los demonios por medio del Espíritu de Dios, eso significa que el Reino de Dios ya ha llegado a ustedes. (San Mateo 12:28)

El Reino de Dios es como un tesoro escondido en un terreno. Un hombre encuentra el tesoro, y lo vuelve a esconder allí mismo; lleno de alegria, va y vende todo lo que tiene, y compra ese terreno. El Reino de Dios es tambien como un comerciante que anda buscando perlas finas; cuando encuentra una de mucho valor, va y vende todo lo que tiene, y compra esa perla. (San Mateo 13:44-45)

La puerta al Reino de Dios es Jesús. El camino al Reino de Dios es Jesús. La luz que te guía en ese camino es Jesús. Solamente a través de El puedes entrar en ese Reino. Esto es la salvación, el nacer de nuevo. Naces en ese Reino, y el Señor te da poder sobrenatural para sanar enfermos, levanter muertos y sacar demonios.

Jesús llamo a sus doce discípulos y les dió autoridad para expulsar los espíritus impuros y para curar toda clase de enfermedades y dolencias. (San Mateo 10:1)

Jesús reunió a sus doce discípulos, y les dió poder y autoridad para expulsar toda clase de demonios y para curar enfermedades. (San Lucas 9:1)

San Pablo dijo:

Y ahora, gloria sea a Dios, que tiene poder para hacer muchísimo más de lo que nosotros pedimos pensamos, por medio de su poder que actúa en nosotros. (Efesios 3:20)

Yo no estoy hablando de religión. Yo estoy hablando de una relación con Dios. La religion no es importante. El Judaismo es la raiz del Cristianismo. Los primeros “Cristianos” eran todos judíos, incluyendo a Jesús. Los pagaons fueron los que apodaron a esa gente que seguía a Jesús, “Cristianos”. Estos Cristianos no tenían una religión, sino una relación con Dios a través de Jesús.

No importa si eres Católica, Episcopal, Bautista, Metodista…eres Cristiana, y de cualquier denominación que seas debes ansiar una relación personal con Jesús, que es la cabeza de la iglesia. Mientras tengas relaciones personales con santos o personajes importantes de tu iglesia, y no tengas una relación personal con la cabeza de todos ellos que es Jesús, Hijo de Dios y Dios mismo, estás perdiendo el tiempo. No solo eso, sino que Dios hace mucho hincapié en su Palabra que El es un Dios celoso. ¿Le estás dando celos? ¿Que haría tu novio o tu esposo si le das celos con otro hombre? ¡Te dejaría, se divorciaría de tí! El dice:

No te inclines delante de ellos ni les rindas culto, porque yo soy el Señor tu Dios, Dios celoso… (Exodo 20:5)

No adoren a ningun otro dios, porque el Señor es celoso. Su nombre es Dios celoso. (Exodo 34:14)

Porque el Señor tu Dios es un Dios celoso. ¡Un fuego que todo lo consume! (Deuteronomio 4:24)

No te inclines delante de ellos ni le rindas culto, porque yo soy el Señor tu Dios, Dios celoso que castiga la maldad…(Deuteronomio 5:9)

Porque el Señor su Dios que está con ustedes, es un Dios celoso y puede enojarse contra ustedes…(Deuteronomio 6:15)

Cuando pidas, pide a Dios el Padre, como ordenó Jesucristo:

En aquel día ya no me preguntarán nada. Les aseguro que el Padre les dará todo lo que pidan en mi nombre. Hasta ahora, ustedes no han pediod nada enmi nombre; pidan y recibirán, para que su alegría sea completa. (San Juan 16:23-24)

Aquel día, ustedes le pediràn en mi nombre; y no digo que yo voy a rogar por ustedes al Padre, porque el Padre mismo los ama. Los ama porque ustedes me aman a mí, y porque han creído que yo he venido de Dios. (San Juan 16:26)

Y todo lo que ustedes pidan en mi nombre, yo lo haré, para que por el Hijo se muestre la gloria del Padre. Yo haré cualquier cosa que en mi nombre ustedes me pidan. (San Juan 14:13)

¡Mantén tus ojos, tu corazón y tus esperanzas en El, sólo en El, y vive en el milagroso Reino de Dios!

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